Cuando escribo estas líneas desde Barcelona hay calma tensa. Desconozco el estado de la ciudad para el primero que las lea cuando sean publicadas. Aunque tengo claro que para quien las lea cuanto más nos acerquemos al jueves tarde-noche, más difícil será entender el título de hoy. La calma tensa siempre precede a la tormenta, y Barcelona, no parece ser la excepción.
Hoy he paseado por la zona de la Llotja, potencial zona cero de Barcelona en las próximas horas. Tranquilidad total. Patrullas policiales de paso. Agentes de paisano, fácilmente identificables, en los alrededores. Si intentamos explicar a alguien todo lo que puede pasar en breve nos tomarían por locos. Principalmente porque nadie, a estas alturas, tiene la certeza absoluta de que puede pasar.
«Si intentamos explicar a alguien todo lo que puede pasar en breve nos tomarían por locos.»
En ese escenario siempre es más inteligente pensar qué es lo peor que puede suceder para preparar protocolos de actuación. Y aquí todos coinciden. Lo peor, que puede ser lo mejor para algunos, o incluso para otros, sería la irrupción de un descerebrado, o de varios —importante: no necesariamente unidos al tema catalán— en Barcelona. Las calmas tensas como su nombre indica son zonas de supuesta tranquilidad. Cualquier acción, cualquier movimiento, cualquier acto no previsto puede tener consecuencias imprevisibles.
Seguramente el lector sabrá más cuando lea este texto que yo mismo en este momento. Estos años siempre he creído ir por delante de los acontecimientos en Cataluña. Hoy, lo admito, desconozco qué puede pasar. Hay tantas variables, tantos vectores que pueden moverse de una forma imprevisible, que simplemente digo, sugiero, que vivan en tiempo real los próximos días. Quizás sean días que todos recordaremos, quizás, y eso sería algo positivo, no dejen de ser otro de esos días históricos convertidos en miserables. Y todo lo miserable, las personas normales, tenemos tendencia a olvidarlo.
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