Lo apolítico no es opción

Cabecera Carmen Álvarez

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Hay cosas difíciles de olvidar, y cosas que no se deben olvidar nunca. El otoño del pasado año fue inolvidable. No sólo para los catalanes, sino para España entera. Insisto, no sólo para los catalanes, sino para España entera. No he escrito “para los catalanes y para los españoles”; les ruego que si algún día digo algo parecido me bloqueen o me nieguen el saludo si para entonces no lo han hecho ya.

De esas fechas, entre el 6 de septiembre y el 29 de octubre, todos tenemos grabadas imágenes, sensaciones, emociones, frases, discursos, cada uno de una forma. Lo que a algunos les impactó más, a otros no lo hizo en absoluto, y es que la memoria, que tiene mucho de emocional, es personal, única y perfectamente subjetiva, incluso diría que caprichosa.

Conservo de esos días recuerdos de inmensa pena, indignación, incredulidad y desesperación, en eso coincidimos casi todos. Pero llegó el 8 de octubre y tuve la oportunidad de ir a Barcelona a la manifestación que rompió la baraja, literalmente. Eso no se lo esperaba nadie. No sólo Cataluña, el resto de España perdió el miedo a hablar, a defenderse, a decir que España quiere seguir siendo.

Volviendo a Barcelona, es imposible relatar en un artículo todo lo que pude ver, sentir y oír, y lo que me produjo cada situación. Del miedo que teníamos a primera hora de la mañana de ser 4 gatos, a la impresionante sorpresa de quedar encerrados en medio de una marea humana exultante, donde la gente miraba a su alrededor incrédula ante lo que estaba viviendo.

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Pero si tengo que elegir un momento de ese día, me quedo con aquél en el que dos mujeres menudas, de baja estatura, aparecieron de pronto delante de mí. Apenas podíamos dar un paso, con lo cual era imposible que se les oyera nada en medio de un gentío que a veces provocaba claustrofobia. En realidad, no reparé en ellas hasta que escuché un grito —que probablemente sólo oí yo— ahogado en la multitud, que sonaba entre desesperado y decidido, y que fue lo que me abrió los ojos de lo que allí estaba pasando: ¡El silenci s’ha acabat!”

No les importaba si las coreaban o no, simplemente necesitaban oírse decir: ¡El silencio se ha acabado!

En ese momento nadie las oyó, con lo cual nadie se hizo eco de su grito; quizá las destinatarias del mensaje eran ellas mismas. Era una decisión personal, un acto de voluntad. No les importaba si las coreaban o no, simplemente necesitaban oírse decir: ¡El silencio se ha acabado!

Los que estábamos gloriosamente atrapados entre miles de banderas que no nos dejaban ver qué sucedía unos metros por delante de nosotros, no podíamos ser conscientes de lo que estaba sucediendo realmente, de cuántos éramos, de la repercusión que estaba teniendo la manifestación. A muchos nos era imposible mandar o recibir mensajes de móvil, enviar fotos, preguntar qué decía la televisión, la red estaba saturada.

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Pero, en medio de ese aluvión de emociones, me quedó grabada esa frase, “el silencio se había acabado”, y probablemente ya nada sería igual. Traté de comprender hasta qué punto los catalanes habían sufrido. Yo nunca he tenido problema en expresar lo que me ha parecido. Ni mi trabajo, ni mi familia, ni mis amistades se han visto afectadas jamás por lo que yo pueda pensar. Por ahora no conozco lo que es vivir en ese silencio insoportable y asfixiante que supone la falta de libertad. Por ahora.

Esos días, pese a ser conscientes de la dificultad de la situación, tuvimos esperanza. La esperanza nos dio valor y empuje para creer que el golpe se podía revertir.

El silencio desde luego se acabó, con todos los riesgos que enfrentarse al opresor conlleva. Ha sido un año durísimo en Cataluña. Y cuando creímos haberlo visto todo, se perpetró la enésima y más infame traición que los catalanes han sufrido en su historia, y no fue precisamente la de 1714.

No deja de ser paradójico que bajo la excusa de una sentencia por un juicio de corrupción, el PSOE haya llegado al poder pactando con la peor corrupción que existe: la de aquellos que quieren quedarse con lo que no es suyo, una parte de España.

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De la noche a la mañana, el gobierno de todos los españoles pactaba con los mismos golpistas que habían hecho –y seguirán haciéndolo- todo lo posible por romper España, con los filoetarras, con los populistas. No deja de ser paradójico que bajo la excusa de una sentencia por un juicio de corrupción, el PSOE haya llegado al poder pactando con la peor corrupción que existe: la de aquellos que quieren quedarse con lo que no es suyo, una parte de España.

Sin embargo, siendo ahora mismo una época de terrible incertidumbre en la que se trata de imponer el silencio en toda España con políticas hispanófobas y completamente contrarias al Estado de Derecho —a pesar de que sus actores se crean la esencia de la libertad y la democracia— no podemos bajar los brazos y dejar que las aves carroñeras se repartan los despojos de una España en descomposición. Los depredadores están en el poder. Es absolutamente desalentador, pero no podemos permitirnos el lujo de inhibirnos del problema.

Lo siento, no es tiempo de medias tintas, no es tiempo para tibios y pusilánimes. Lo apolítico no es opción.

Nota: Durante años, cuando se ha utilizado el término ‘catalanes’ ha sido para referirse a los catalanes de ideología nacionalista. Me niego a seguir esa terminología. Los catalanes son los que son, y además hay catalanes nacionalistas, pero no son ellos los que definen ni representan a Cataluña.

Autor - Carmen ÁlvarezPuedes seguir a Carmen Álvarez en Twitter y también en su blog personal, en este enlace

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