Llegan los días en los que es obligatorio ser feliz. Anuncios de TV con escenas idílicas, piano de cola y una chimenea encendida decoran conversaciones de familias modélicas. Vuelve a casa por Navidad… Y un hijo que viene de ayudar a los niños en un país africano aparece en casa y abraza a su madre, todo es perfecto. Y claro miles de personas viven estas Fiestas con ansiedad porque la realidad es que hay hermanos que no se llevan bien o cuñados que son infumables. Una forma divertida de superar estos días es imaginar la cena de Navidad de los dirigentes independentistas.

Puigdemont abre la puerta al primer invitado, entran sus compañeros de fuga… Comín y el otro, que no sé nunca cómo se llama. Se sientan en una mesita cerca del comedor, donde un cartel dice: “Consell de la República”. Beben a piñón fijo mientras se les oye decir “¿cuánta pasta demanem als nostres seguidors”, “vinga 10 euros per cap i diem que quan arribem al mil.lió, la República serà realitat”. Una carcajada colectiva es la respuesta. Suena el timbre, aparecen Trull, Turull y Forcadell. Se abrazan (abrazos artificiales, estilo Navidad) En la espalda de Josep Rull le enganchan un monigote de papel… sí aquél que se cuelga (o colgaba) el día de los inocentes. Me huelo que no se ha enterado y que durante toda la velada revoloteará en su espalda bien pegado con celo. Vuelve a sonar el timbre, Junqueras desde el umbral mira fijamente a Puigdemont, con sonrisa de convicto engañado por sus compañeros de la mafia. Puigdemont le guiña el ojo y le canturrea “vuelve a casa por Navidad”. La respuesta es un abrazo que aprieta y aprieta hasta que la cara del expresidente se pone morada y luego casi negra. Junqueras ha hecho pesas en la cárcel. Trull y Turull los separan (son los cuñados con cara de bobos). Romeva entra diciendo que pelillos a la mar y que pantalla pasada y que vamos a la mesa.

Finalmente se sientan. Tachán, tachán, aparece Quim Torra vestido de camarero. Puigdemont anuncia que será el encargado de servir los platos. Torra se emociona y las gafas se le empañan. Llaman a la puerta, ahora es Joaquím Forn, con cara de cuñado despistado: “es que m´he perdut”. Se hace tarde y Toni Comín pregunta: “on son els Jordis?”. Como si le estuviesen escuchando, una voces con megáfono se cuelan en el comedor: “No pasaràn…!” Los cuñados. que van de cachondos o llegan cocidos, son los Jordis subidos a un coche. Comín se asoma a la ventana y con cara de aburrimiento, dice: “va, ja podem començar”.

Sólo se oye el crujido de las muelas masticando las abundantes viandas que reinan en la mansión de Waterloo. El silencio es atroz. De repente, una pantalla de TV se enciende y aparece Ponsantí. Para hacerse la divertida dice: “…els 200.000 euros que vaig rebre de donacions i que no he necessitat, els he invertir en un casoplón a Escocia i he penjat una estelada gegant”, y sonríe como un conejo. A Junqueras se le cae el cuchillo. Silencio espeso. Alguien dice: “va, no hablemos de política” (toda cena de Navidad que se precie debe incluir esta frase).

Forcadell está extraña, observa y calla. Comín, que ya se ha pimplado una botella de Rioja, lo nota y le pregunta algo borracho: “Estás bé?”. Ella, mirada asesina, estira el brazo para agarrar un vaso de chinchón. Un tatuaje asoma en su antebrazo: Latin Kings (en el trullo ha hecho amistades). En la otra manga asoma un punzón que oculta rápidamente. Sigue callada. Comín, acobardado, dice: «em canvio de grup» y se sienta al lado de Puigdemont, bien pegadito.

La escena del postre es apoteósica. Quim Torra pasea frenéticamente con una bandeja con chupitos de ratafía, cada dos pasos se ventila un sorbo. En una esquina, Junqueras y Romeva murmuran mientras miran de reojo a los demás. En la otra punta, Puigdemont ha colgado una pancarta de La Crida. Trull y Turull, con gesto mecánico. se atiborran de pistachos, como dos pájaros con gafas, y miran a cada una de las esquinas de la extraña mesa de la más extraña cena de Navidad. Forcadell sigue imperturbable con su mirada terrible, mientras sigue acariciando la empuñadura del punzón. Ponsantí, con rostro de monja beata que bebe leche cruda, mira desde la pantalla… nadie le hace caso, pero ella sigue con sus carcajadas de manicomio. Comín, ahora ya totalmente bebido, baila la danza del vientre dando vueltas a la mesa y canturreando “¿Dónde está nuestro error sin solución / Fuiste tú el culpable o lo fui yo? / Ni tú ni nadie, nadie, puede cambiarme…” (¡Ah, esas cenas de Navidad donde alguien se empeña en cantar!).

Nadie se mueve. De repente se oye un estrépito: Quim Torra ha tropezado y se desploma sobre la mesa… le tocan la pupila, sigue vivo, aunque algo perjudicado. Un sonido sale de su garganta: otoño caliente. Puigdemont suelta una risotada…«que ja estem a Nadal!». Como buena cena de Navidad, todos quieren largarse a sus respectivas casas y tumbarse aliviados en el sofá. Pero entonces, Carles se pone en plan anfitrión, se sube a una silla y con voz engolada ( y pelo revuelto) anuncia: “Com president del Consell de la República tinc una sorpresa…. un coro especialment seleccionat que ens cantarà nadales»

De repente aparecen, disfrazados de escolanets de Monsterrat… Toni Soler, Salvador Cardús, Marc Àlvaro, Vicent Partal, Vicent Sanchís y José Antich. Unos minutos después se escucha un siseo, como una psicofonía: es Lluis Llach que sale de debajo de la mesa. Antes de acabar su primera canción, todos han sucumbido a su soporífero canturreo… Unos duermen abrazados en su esquina; otros, en el suelo. Quim Torra no se ha enterado de nada, lleva casi una hora tumbado sobre la mesa roncando y hablando en sueños etílicos.

Un portazo retumba en la mansión: ha entrado Pilar Rahola como un huracán, con una fregona en la mano y un pañuelo en la cabeza: “ va, tothom a treballar per la República!”

Como la cena se está retransmitiendo en TV3, sus seguidores aplauden desde casa…Y en cada hogar indepe se oye un susurro: “ la República està a tocar”.

Puedes seguir a Joan Puig en twitter como @avecesensayo