Para los ciudadanos que desde hace años sufrimos (nada de conllevar: sufrir, y mucho) a los nacionalistas catalanes, nos resulta, como mínimo, alentador comprobar que el castigo a su perversidad y astucia se desploma sobre sus cabezas, como una bóveda de crucería cuya nervadura presentara un mortal error de cálculo, de forma implacable, estrepitosa.
Ahora nos enteramos de que a Artur Mas y a los demás —los demás son, claro, Joana Ortega, exvicepresidenta, e Irene Rigau y Francesc Homs, exconsejeros— el Tribunal de Cuentas les ha condenado al pago solidario de 4,9 millones de euros —inicialmente eran 5,2 millones— por meter mano en las arcas públicas a la hora de montar su glorioso morcilléndum del 9N. Toma castaña pilonga. Evidentemente la sentencia aún puede ser recurrida, pero el itinerario judicial se les agota, y difícilmente podrán escamotear el pago. Además, en caso de indigencia pecuniaria —que la intelectual ya está constatada empíricamente—, Artur Mas será, a todos los efectos, el principal responsable; el que pagará, sí o sí, el despilfarro.
Además, en caso de indigencia pecuniaria —que la intelectual ya está constatada empíricamente—, Artur Mas será, a todos los efectos, el principal responsable; el que pagará, sí o sí, el despilfarro.
En este sentido de poco le ha valido al expresident «gastaespejos» alegar que «al no ser licenciado en Derecho desconocía que el 9N fuera ilegal». La caradura y miseria moral de Artur Mas es proverbial. A Carles Puigdemont, Quim Torra y Oriol Junqueras se les pueden atribuir muchos rasgos despreciables —enajenado, fanático y bobo iluminado, por orden de aparición—, pero aquí el gran responsable del desaguisado que ha dejado nuestra tierra hecha unos zorros es Artur Mas, un indeseable que todavía tiene la barra de afirmar que aun sabiéndolo no confesó —tras aquel famoso «Hem guanyat, hemos ganado, we have won, nous avons gagné!»— que la independencia era imposible, porque nadie se lo preguntó. Tela marinera.
Así que con suerte pronto veremos a Artur Mas subastando el timón que colgaba en su despacho de conducator del poble català en Wallapop o en eBay…
Así que con suerte pronto veremos a Artur Mas subastando el timón que colgaba en su despacho de conducator del poble català en Wallapop o en eBay, o haciendo tintinear unos céntimos en un cazo de aluminio, mientras recorre los vagones de los trenes de cercanías, suplicando una ayudita para los heroicos mártires del Procés; ya saben: «¡Amigos, es muy triste ‘de’ pedir, pero más triste es ‘de’ robar!».
Pero lamentablemente no caerá tal breva, queridos lectores, porque el independentismo de socarrel acudirá, pese a la monumental tomadura de pelo de estos cafres, en auxilio de todos sus alegres turlurones —ver «Tintín y los pícaros»—, esa folklórica farándula de cantamañanas con barretina a rosca, experta en mascaradas populares; organizando, a tal fin, todo tipo de iniciativas filantrópicas, donaciones y crowdfundings.
A los indepes lo de rascarse el bolsillo, y apoquinar pasta, les duele un montón, porque son fenicios hasta el tuétano, de los que cuentan incluso el céntimo, pero por los padres de la patria, lo que se tercie. No olviden que a Clara Ponsatí, antes de que se retirara la Euroorden de detención y entrega, 7.591 patriotas le transfirieron en cuestión de días casi 250.00 libras (unos 265.000€), a razón de 35 euros por cocomocho, para pagar una defensa que finalmente no necesitó. Habría que ver si la fugada devolvió ese capital no utilizado o ha hecho con él un raconet —un rinconcito— para vivir com déu mana sus años finales.
El aborto de la «Republiqueta Geyper» prometida ha llevado a esta caterva de descuideros de lo público, a este atajo de diletantes vendedores de humo, a tener que ingeniárselas para poder seguir viviendo como los crápulas que siempre han sido. Anna Gabriel se duchó —digo yo que a regañadientes—, pidió hora a Rupert, se vistió de Zara y se fue hecha un pincelito a Suiza. Y desde allí reclamó pasta a sus cuperos del mambo, porque dinamitar el sistema y jugar al marxismo desde los Alpes cuesta un ojo de la cara. Seguramente Marta «ploramiques» Rovira hizo lo mismo. Y no hablemos ya del Nerón enajenado de Waterloo —y de su Tigelino de turno, Toni Comín— que reclama que un millón (¡Un millón, poca broma!) de independentistas ingrese en su cuenta un mínimo de 10 euros per cápita para activar el Consell per la República. La desfachatez de esta gentuza, señoras y señores, es inmensa, de concurso, non plus ultra…
Y ahora le toca el turno de mendicidad, por su mendacidad, a Artur Mas. Y creo que el independentismo haría bien en echar cuentas, porque cuando el astuto pida ayuda (que la pedirá), deberá reunir no ya 4,9 millones de euros, sino más de 7,2 millones (concretamente, según la Agencia Tributaria Catalana, unos 7.205.882€) ya que las donaciones —a partir de 800.000€— tributan el 32% (véase el epígrafe «Tarifa y Coeficiente», apartado 1, punto 1.1) rellenando el modelo 651 disponible al efecto.
Y creo que el independentismo haría bien en echar cuentas, porque cuando el astuto pida ayuda (que la pedirá), deberá reunir no ya 4,9 millones de euros, sino más de 7,2 millones…
Sólo para cubrir a Puigdemont y a Mas los nacionalistas van a necesitar, como poco, 20 millones de euros. Seguramente para evadir los impuestos sobre lo donado crearán sociedades erótico festivas sin ánimo de lucro en paraísos fiscales, o en la Cochinchina de ser preciso. Lo que sí está muy claro, cuando hablamos de gente sin escrúpulos, es que en el peor de los casos, de verse muy apurados, siempre podrán descolgar el teléfono rojo, llamar a «la mano que mece la pasta», y susurrar… «necesitamos que enviéis veinte misales urgentemente».
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