La feria de los frikis

cabecera Julio Murillo

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En pleno veranillo de San Miguel, con un súbito ascenso de la temperatura, me cito con seis queridos amigos en Barcelona. Compartimos durante unas horas buen humor, alegría por el reencuentro y mantel y cerveza bien fría, en un agradable restaurante a pocos minutos de la Plaza de Cataluña, y tras una distendida sobremesa decidimos darnos un garbeo por las Ramblas y acercarnos hasta la Plaza Sant Jaume a fin de ver con nuestros propios ojos el campamento gitano que un puñado de activistas radicales, miembros de los Comités de Defensa de la República de los Ocho Segundos, ha plantado frente a las puertas de la Particularidad de Cataluña, que como todos ustedes saben es la sede de desgobierno y desvergüenza de uno que dice que le han dicho que actúe como Presidente y que haga lo que le dicen que debe hacer hasta que le digan lo contrario.

El centro de la ciudad sigue abarrotado de turistas. Son poco más de las cuatro de la tarde y cuesta caminar, evitando, a cada paso, darse de bruces con un japonés, oculto tras su cámara, o con un grupo de italianos que avanza en plena vocinglera, gesticulando y propinando manotazos involuntarios al personal.

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Llegamos al centro del poder del reino Milenario, sudando y jadeantes. Una veintena de destartaladas tiendas de campaña, sombrillas y toldos se hacina como un ramillete de setas a la derecha de la Particularidad. Todo luce plagado de carteles, pancartas, esteladas y lacitos amarillos. Media docena de señoras sediciosas hacen corrillo bajo la carpa, con los ovillos y agujas de ganchillo en el regazo; charlan entre ellas con desgana, son la viva imagen de las clásicas pachamamas catalanas, de aspecto entre zarrapastroso y progre «casual wear». Nos detenemos frente a la mesa en la que se acumulan panfletos, proclamas, octavillas y libretas en las que dejar constancia de tu solidaridad con un movimiento ultraderechista casposo, sumamente etnicista, claramente supremacista, absolutamente hispanofóbico. Pregunto si puedo coger uno de los pasquines, en los que relacionan todos los pasos a seguir para implementar la República, a base de bloquear carreteras, puentes, caminos, aeropuertos, centrales lecheras y fábricas de papel higiénico, colonia y jabón. Me dicen que sí. Lo cojo y lo leo en diagonal…

Dicen que si son cientos de miles los afiliados podrán bloquear Cataluña, dispararse en un pie, en un ojo y en los genitales, para de rebote hundir a España y joder a Europa.

Proponen, estos valerosos guerreros de la libertad, conscientes —así lo dicen en el texto— de que ninguna negociación, ningún político, ningún Puigdemont o Torra, ninguna llamada a la huelga, logrará implementar el Nou Estat y alcanzar la libertad, crear un nuevo sindicato (porque los sindicatos de toda la vida son unos vendidos al IBEX y no están por la labor) de corte «popular revolucionario anarcosindicalista ácrata  agropecuario» que permita convocar una huelga laboral que pueda ser aprobada y secundada, en el marco legal del derecho a la huelga, sin que nadie que se adhiera deje de cobrar o pierda su empleo. Afiliarse son sólo 30 euritos por trimestre, con precios especiales para parados. Dicen que si son cientos de miles los afiliados podrán bloquear Cataluña, dispararse en un pie, en un ojo y en los genitales, para de rebote hundir a España y joder a Europa. No se rían, que esto es muy serio.

Detecto, en ese momento, las caras de perplejidad de mis amigos, que contemplan el panorama con aspecto de no acabar de creerse lo que ven sus ojos. Javier, todo un señor que ha vivido lo que nadie ha vivido, y puede contarlo, los mira con la indulgencia con que un sabio miraría a un orate; Víctor, un hombre sumamente inteligente y con la guasa en la neurona, a duras penas contiene la hilaridad, que se escapa por la comisura de sus labios; Ángel, ni se inmuta, los escruta impertérrito, pero intuyo que se está partiendo el pecho en silencio; finalmente, Yael, que es mucha Yael, se mete en el corrillo y empieza a preguntarles acerca de cómo se organizan. Le explica uno de ellos que lo hacen por turnos y que siempre hay alguien despierto, incluso de madrugada, porque «la ultraderecha y los fascistas están al acecho» y podrían atacarlos con misiles o sierras mecánicas, y en esa tesitura dormir supondría morir achicharrados o despertar convertidos en galletas para perros.

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El que le da explicaciones a mi amiga repara en que ella tiene su móvil en las manos, y empieza a exigirle que lo guarde, que no se le ocurra filmarle. Ella, atónita, le replica que no, que no le está filmando, pero él insiste elevando el tono. Cansada de tanta tontería, Yael le espeta a bocajarro: «¡Pero cómo te voy a filmar con lo feo que eres, tío! ¿Tú crees que yo estoy aquí para filmarte? ¡venga, ya!» Las pachamamas anarcosindicalistas se agitan en sus sillas de playa y empiezan a increparla. Ella, sin despeinarse, les dispara una andanada que las deja a todas lívidas y desconcertadas: «¡Menuda reunión de ultraderechistas tontos os habéis montado aquí!». Y dicho eso se retira riendo a base de bien.

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No intervengo ni me sumo a la hilaridad de los míos, porque aunque llevo plantado ahí unos minutos, los sediciosillos no me relacionan con ellos. Y quiero seguir observando con las «manos libres» y sin que me increpen. El verdadero protagonista de la acampada me tiene fascinado. Es un viejete, un hombre al que mantienen atado y amordazado con plástico amarillo bajo un sol inclemente; con la barretina calada hasta las cejas, en una silla, rodeado de carteles reclamando la libertad de los presos políticos y reafirmando su pisoteada identidad catalana; denunciando ante el mundo que España es un Estado fascista. Sin duda alguna es la gran atracción de esta mini feria de frikis. Todos los turistas le fotografían, como quien fotografiaría a un Kunta Kinte cargado de cadenas y con la espalda despellejada a latigazos ante la sede de las Naciones Unidas. El viejete es el reclamo, la foto que se llevan miles de visitantes de regreso a sus países, la imagen que internacionaliza el Procés. Ni Romeva, empleando millones y millones de euros, logró tanto…

Sin duda alguna es la gran atracción de esta mini feria de frikis. Todos los turistas le fotografían, como quien fotografiaría a un Kunta Kinte cargado de cadenas y con la espalda despellejada a latigazos ante la sede de las Naciones Unidas.

El hombre, aburrido de tantas horas de exhibición cual mono de Madagascar, me pregunta que qué llevo en una bolsa amarilla con letras chinas. Le digo que noodles, pasta tailandesa y salsas orientales, que suelo comprar en un supermercado del centro de la ciudad. Me pide que se lo enseñe. Le muestro un paquete de fideo soba integral y se le hace la boca agua. Juraría que las pachamamas lo tienen a pan y agua todo el día, atado a la silla. Me despido no sin antes hacerle un par de fotos de rigor y dedicarle una sonrisa entre bondadosa y conmiserada.

Nos alejamos todos en busca de un café con hielo, «cabizbundos y meditabajos», consternados, sin saber si prorrumpir en una inmensa y liberadora carcajada, o echarnos a llorar desconsoladamente, tras haber constatado que todos esos pobres catalanes son torturados, violados, azotados, golpeados, descuartizados y convertidos en abono industrial cada día, en el seno de una España y una Europa democrática; deseando que de una maldita vez el mundo les mire, si es preciso con microscopio, y les confirme empíricamente que son sólo una pandilla de frikis, una feria de monstruos, la reminiscencia atávica y vergonzosa de un mundo cavernario, incapaz de entender que son presos no de sus ideas políticas sino penitentes encadenados a una abyección moral y ética sin cabida en el mundo mejor por el que todos peleamos. 

 

Autor- Julio MurilloImagen de cierre de artículos  

Un comentario Agrega el tuyo

  1. Juan Rodriguez dice:

    Gran articulo, como los que he leido hasta ahora. Enhorabuena. El enfoque irónico y en cierto modo cómico me gusta, porque al fin y al cabo es a lo que se reduce esta pantomima del procés.

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