No sé si lo detectan ustedes, cada día al repasar la prensa y al detenerse en las noticias relacionadas con el maldito Procés que tanto está hipotecando la vida, la economía, la salud, el ánimo y las relaciones entre catalanes, y también entre catalanes con el resto de sus conciudadanos y hermanos españoles. Me estoy refiriendo —y entiendo que hay que tener el ojo adiestrado para percatarse de estas sutilezas— a la pugna, al enfrentamiento, a la discrepancia y a la desunión evidente que fractura al independentismo en dos bloques que en breve protagonizarán una lucha a muerte, fratricida, en la que sólo uno de esos bloques ganará.
¿Qué bloques son esos? se preguntarán. Es fácil. Olvidémonos de la CUP, porque los cantamañanas de la CUP, esos pijoprogres marxistas, hijos de mil polvos burgueses, con patrimonio, hotelitos rurales, tierras, naves industriales y cuentas abultadas (en un informe que leí se decía, curiosamente, que son los que más dinero en efectivo acumulan en sus cuentas) pintan poco en todo este fregado, a pesar de que todos sabemos que sus cuatro o cinco parlamentarios, con sus respectivos votos, son decisivos para que tanto la ultraderecha casposa y urbana, la del latrocinio y el mangoneo institucional —me refiero, claro, a CDC; y que se metan sus constantes cambios de nombre por donde amarga el pepino— como los republicanos —los de ERC; esos burgueses caciques de tractor John Deere, campos, masía milenaria y vara de mando en aldea profunda— sigan haciendo y deshaciendo a placer en esta desolada y arrasada Cataluña.
El Procés los unió en su loca carrera, sí, aunque tradicionalmente CDC y ERC sean incompatibles. Unos, los primeros, huían de su incompetencia para el gobierno, de su corrupción endógena, del enorme latrocinio de su gran líder y guía supremo; los otros, los segundos, sin ser para nada de izquierda auténtica, porque van a misa los domingos en sus pueblos y aman el dinero como el que más, anhelaban, y siguen anhelando, la República catalana, porque su referente, guía y faro, es Companys, ese espantajo histórico al que no se puede coger ni con mascarilla y pinzas sin acabar con lepra. Una vez casados, y a lo largo de estos últimos años, hemos visto en infinidad de ocasiones las enormes tensiones, recelos, y odios freáticos que se profesan sin disimulo las dos formaciones. Sólo el ensueño del viaje a Ítaca actuaba como argamasa entre ellos.
Y lo que el Procés unió, el Procés separará, porque como en aquella película de Mad Max en la Cúpula del Trueno, dos entran, uno sale. Y el pastel no da para que tantos vivan del cuento en los nuevos tiempos que se avecinan, de regreso a la realidad, a la autonomía y a la obediencia constitucional.
ERC sí cree y anhela la independencia, mientras que a CDC se la sopla y se la repampinfla, porque lo único que aman más que a sus mujeres y a sus amantes es la pasta, el dinero, el poder y el status. Son plutócratas hasta la médula.
Como partido político ERC ha ido, durante estos últimos cinco o seis años, a remolque de los deseos, objetivos, presiones e intereses inconfesables de Convergencia. Todo por la independencia era la consigna, aunque para ello tuvieran que compartir cama con apestados. Nunca han ignorado que los convergentes estaban de mierda hasta las cejas (procesos abiertos, registros en sus sedes, caso Pujol, Palau, etcétera) y aunque todo eso hería profundamente sus principios y convicciones (en ERC siempre alardean de no tener cuentas pendientes relacionadas con la corrupción) miraban a otra parte, porque la meta como país, la liberación nacional, era lo más importante a corto y medio plazo. Se decían —imagino—: «Ya llegará el momento, una vez constituidos en Estado, en que asumamos el poder en una Cataluña de izquierdas, social, feminista, plural y mestiza». Quedémonos con la idea de que ERC sí cree y anhela la independencia, mientras que a CDC se la sopla y se la repampinfla, porque lo único que aman más que a sus mujeres y a sus amantes es la pasta, el dinero, el poder y el status. Son plutócratas hasta la médula.
Todos recordarán, por tanto, a Soraya Saenz de Santamaría reuniéndose con Oriol Junqueras en Barcelona, protagonizando fotos en las que parecían estar a partir un piñón.
Antes de que el independentismo se arrojará a tumba abierta en pos de su quimera, ahora hace un año, ya en el Gobierno del Estado tenían muy claro que si podían hablar, negociar o sondear posibles soluciones, pactos o vías, al enorme problema planteado por el soberanismo, era, curiosamente, con ERC, porque los de CDC, además de movidos por el afán de lucro, necesitaban huir desesperadamente hacia adelante, a fin de no ser barridos del mapa por el tsunami de aguas fecales de su propia putrefacción política, humana y moral. De seguir en España iban a acabar la mitad de ellos en la cárcel. Todos recordarán, por tanto, a Soraya Saenz de Santamaría reuniéndose con Oriol Junqueras en Barcelona, protagonizando fotos en las que parecían estar a partir un piñón. A eso me refiero. Con ERC existían posibilidades de entendimiento. Con CDC, no. Ninguna.
Un año después, ERC no perdona a CDC su papel en toda esta comedia bufa, en esta tomadura de pelo sublime que ha sido la República del Gatillazo Cósmico Eight Seconds. Recuerden a Marta Rovira presionando y recriminando la cobardía de Carles Puigdemont, cuando el orate se paseaba dubitativo, calavera en mano, por los pasillos del Palau; recuerden a Rufián acusándole de haberse vendido por 155 monedas de plata; recuerden a Puigdemont huyendo en un maletero sin avisar a nadie, como el payaso patético que es; recuerden a Junqueras en prisión, sin una carta en meses desde Waterloo; recuerden la diferencia de talante y la capacidad de asunción de la propia responsabilidad que separa a un ingenuo con honor, como Junqueras, de un reptil abyecto, como Puigdemont… ¿Recuerdan todo eso? ¡Bien, sigamos, que ya llegamos a la guerra abierta que se perfila en el horizonte y que llevará al independentismo a sacar recortadas, albaceteñas y toledanas y a tajarse a lo Curro Jiménez en breve!
Ayer, el la Comisión de Política Territorial de la Cámara Baja del Congreso, Joan Tardà refiriéndose al contencioso catalán dijo: «Si hay algún independentista, ingenuo o estúpido, que cree que puede imponer la independencia sin tener en cuenta al 50% de catalanes que no lo son, es evidente que se equivoca por completo». Estas palabras son de pura lógica. Uno puede ser independentista pero no idiota. Así que la declaración es, a todas luces, correcta. Pues bien. Lo dicho por Tardà ha suscitado un linchamiento contra el diputado de ERC al que ya se acusa de botifler, renegado, traidor, por parte del sector más hiperventilado del independentismo, que ha iniciado campaña, con etiquetas, consignas y estrategia, en las redes sociales, para que sus seguidores lo repudien y lo condenen al ostracismo.
Lo dicho por Tardà ha suscitado un linchamiento contra el diputado de ERC, al que ya se acusa de botifler, renegado y traidor, por parte del sector más hiperventilado del independentismo.
El mensaje de ERC y CDC es ahora muy distinto. Mucho. Los dos partidos saben que el Procés ha fracasado, que están viviendo el hundimiento, el final de un farsa, que esto ya no da para más… Pero mientras Junqueras, fray Junqueras, escribe y manda cartas y encíclicas desde su celda, intentando apaciguar los ánimos, aconsejando rehuir la violencia en las calles ante la guerra de símbolos, y sellar heridas, en la medida de lo posible, Quim Torra, Puigdemont y Artur Mas llaman al independentismo a efectuar una nueva demostración de fuerza, buscan seguir tensando la cuerda, pretenden que el conflicto desemboque en violencia, venden que la República ya sólo requiere de un empujón final, con toma de calles, marchas multitudinarias y empoderamiento popular…
¿Por qué?
Muy sencillo. Esto ha terminado. Se acabó la función. El procés ha sido una derrota en toda regla, pero hay que salvar los muebles, hay que retener todas las parcelas de poder posibles: despachos, cargos, sueldos astronómicos, coches oficiales… Y se avecinan, de no convocarse autonómicas antes, elecciones municipales en Cataluña. Y ahí CDC se juega mucho, muchísimo, todo, porque son principal fuerza política en incontables municipios de Cataluña; porque el poder municipal es la base y cimiento del poder autonómico; porque decenas de miles de cargos del partido viven de maravilla como alcaldes o regidores en ayuntamientos; porque dominar el mapa municipal otorga hegemonía territorial… Por todo eso el partido de Quim Torra busca salir del Procés incólume, culpabilizando a ERC del fracaso. La guerra entre independentistas será despiadada, saldrán todas las miserias, secretos, maniobras, tejemanejes. Se acusarán de todo y más y mentarán a la madre del cerdo. Mas y Puigdemont saben que el independentismo no digiere ni digerirá que el globo de la independencia pinche, que todo se quede en nada, que todo haya sido una añagaza, una traición, una impostura. Y temen, más que a la muerte, que su voto de castigo les despoje del poder.
Aunque el verdadero castigo lo lleven en su negra y sucia alma.