Un tórrido otoño

cabecera Julio Murillo

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Todo lo que ha ido sucediendo a lo largo de este mes de agosto parece indicar que las altas temperaturas del verano no serán nada en comparación con lo que nos espera a lo largo de los dos o tres próximos meses. La política española, lejos de entrar en fase de letargo o anabiosis, galopa desbocada y genera más noticias que nunca. Y repasadas a vuelapluma, en diagonal, ninguna parece venir a normalizar o restar tensión a una atmósfera sumamente crispada  y enrarecida, que es preludio a la combustión que nos espera. Que todos los frentes habidos y por haber estén abiertos, es preocupante. 

La política española, lejos de entrar en fase de letargo o anabiosis, galopa desbocada y genera más noticias que nunca. Que todos los frentes habidos y por haber estén abiertos, es preocupante.

El nacionalismo catalán sigue siendo, para variar, la espina dorsal sobre la que se vertebran todas las tribulaciones de buena parte de la ciudadanía, tanto en Cataluña como en el resto de España. La enajenación de Quim Torra, la marioneta de la Generalidad, nos arrastra a todos a un escenario de enfrentamiento continuado, que no hará sino acrecentar más y más la enorme brecha emocional que divide a la población hasta lo irreconciliable. Y el que lo niegue que acuda a un veterinario de urgencia.

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Sigue siendo enfermiza la obsesión del nacionalismo a la hora de tomar la parte por el todo…

En las últimas semanas hemos visto cómo la insensatez de ese radical supremacista tomaba forma de texto editorial, recogido por diversos medios, en los que el valido de Carles Puigdemont llamaba a todos los catalanes —sigue siendo enfermiza la obsesión del nacionalismo a la hora de tomar la parte por el todo— a defenderse del fascismo, que campea, según vocean ellos, a sus anchas por nuestra geografía. Arrancar sus icterícicos lacitos, sus pancartas, sus esteladas y su simbología totalitaria del espacio público es fascismo, crueldad psicológica y un vergonzoso atentado contra la libertad de expresión de un pueblo anatemizado, reprimido, apalizado, pero fraternal y democrático pese a todo, que sólo busca desvincularse de buen rollo del cruel Estado del cual forma parte desde los días de María Castaña, señora que, por cierto, ya en tiempos de Miguel de Cervantes era una referencia que a todos se les antojaba antiquísima.

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Quim Torra ha llamado a perseverar en la lucha, olvidar la pasividad y pasar al contraataque, desacatando sentencias judiciales y atacando directamente al Estado.

Quim Torra no ha descansado ni un minuto durante las semanas de canícula, al pobre hombre lo hemos visto lanzar sudorosos exordios y soflamas, día sí y día también, en Talamanca —durante la conmemoración de una efímera victoria militar en 1714—, reclamando, «Libertad o libertad»; también en las fiestas del barrio de Gracia, teñidas de amarillo; solicitando mano dura a Fernando Grande-Marlaska ante la escalada de la violencia protagonizada por los comandos de limpieza de lazos; parloteando en los juegos florales y butifarradas que han montado ante las prisiones en que se hallan recluidos los golpistas, con desfile intimidatorio de tractores y unidades blindadas catalanas; y, en definitiva, en un sinfín de actos más. Incluso ha llamado a perseverar en la lucha, olvidar la pasividad y pasar al contraataque, desacatando sentencias judiciales y atacando directamente al Estado, cuando incapaz de entender el mecanismo de un botijo se ha puesto perdido de agua para deleite del personal. Ahora mismo, mientras escribo estas líneas, el muy orate, vuelve a la carga alegando que las declaraciones unilaterales de independencia —se refiere a Kosovo— no atentan contra ningún principio general del derecho Internacional.

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A resultas de tan frenética actividad presidencial, todos los maulets, chicarrones y héroes de la República Catalana se han prodigado por calles, plazas y playas en incontables actos de apoyo lúdico festivo, politizando hasta la náusea todas las fiestas mayores del territorio; repartiendo esteladas y organizando sopars grocs —cenas amarillas—; llenando de símbolos iglesias y campanarios; creando lazos inmensos en puntos del litoral —seguramente destinados a pedir ayuda a las naves siderales del Raticulín de Carlos Jesús, para que bajen y los salven—; enterrando fotografías de su panteón de mártires en el fondo del mar matarilerilerile, con respaldo de todas las piraguas de combate de la marina catalana; fletando autocares (Òmnium Cultural), que más parecen féretros metálicos, a fin de seguir captando adeptos por pueblos y pedanías, y demonizando a Ciudadanos por tomar la iniciativa en lo que a limpiar de simbología las calles catalanas se refiere, pese a la amenaza de multas astronómicas y sanciones por parte de la Generalidad, y pese a los consabidos puñetazos y roturas de tabique que empiezan a ser pan nuestro de cada día. Y así hasta el aburrimiento. Hay que reconocer que como buenos fanáticos de secta destructiva son inasequibles al desaliento.

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Vergonzosa la actitud y grosería institucional de la Generalidad y del Ayuntamiento ante las inmensas pancartas en contra del Rey. Hecho del que son responsables, a partes iguales, Quim Torra y Ada Colau. 

Capítulo aparte merece la conmemoración del primer aniversario de los atentados yihadistas del 17 de agosto en Barcelona, en los que a pesar de que voces de todos los sectores llamaron a despojar el acto de cualquier connotación política, el objetivo sólo se logró parcialmente. Vergonzosa la actitud y grosería institucional de la Generalidad y del Ayuntamiento ante las inmensas pancartas en contra del Rey. Hecho del que son responsables, a partes iguales, Quim Torra y Ada Colau. Si el cartelón de la Plaza de Cataluña, pagado al parecer por la ANC, hubiera presentado una imagen invertida de Puigdemont junto a un texto rezando «No queremos majaderos en Cataluña, quédate en Waterloo y no nos jodas más» hubiera sido descolgado en cuestión de minutos. No lo duden. No contentos con esa afrenta, en los últimos días ha aparecido en alguna marquesina un cartel con un lazo invertido animando a pisar la cabeza de Felipe VI.

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Cuando Quim Torra habla de «atacar al Estado» apenas surge una tímida reconvención de los labios de Carmen Calvo ante tales palabras y sí un severo rapapolvo a los partidos de la oposición

Mientras el frente catalán se dedica a reunir leña y gasolina a fin de montar una buena ecpirosis otoñal que nos abrase a todos —hay que conmemorar las Leyes de Desconexión aprobadas el 6 y el 7 de septiembre; la Diada Nacional Golpista del día 11; el butifarréndum del 1 de octubre; y, sobre todo, las declaraciones de independencia posteriores—, cabría preguntarse qué hace el Gobierno de la Nación para que las aguas retornen a su cauce. La respuesta es nada. Nada en absoluto. O más bien todo lo contrario de lo que cabría esperar. Cuando Quim Torra habla de «atacar al Estado» apenas surge una tímida reconvención de los labios de Carmen Calvo ante tales palabras y sí un severo rapapolvo a los partidos de la oposición (PP y Ciudadanos) por contribuir con sus quejas a enrarecer un ambiente fraternal que tan necesario es para que el gastaespejos de Pedro Sánchez pueda seguir disfrutando de poltrona, despacho y avión privado. Tremendo.

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Ahora mismo estamos peor que yendo de culo, cuesta abajo y sin frenos. Con un Gobierno que reparte prebendas y trata de asegurar su subsistencia a cualquier precio, gobernando, de ser preciso, a base de Decreto Ley, para contentar a Pablo Iglesias y a sus Podemitas, a vascos y a separatistas. No me hagan relacionar todo lo que ocurre a riesgo de eternizarme: Control de TVE, reparto de cargos y sueldos, política de inmigrantes, Presupuestos Generales del Estado de 2019, cepillado del Senado, Valle de los Caídos, exhumación de Franco.

Créanme, este será un otoño memorable. Y no precisamente en el Corte Inglés.

Autor- Julio MurilloImagen de cierre de artículos  

 

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