Tully

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La maternidad en tiempos difíciles: Tully o la aceptación del malestar profundo como lo “normal” inevitable.  

 

Título original: Tully  Año: 2018  Duración: 94 min.  País: Estados Unidos  Dirección: Jason Reitman  Guión: Diablo Cody  Música: Rob Simonsen  Fotografía: Eric Steelberg  Reparto: Charlize Theron, Mackenzie Davis, Mark Duplass, Emily Haine, Ron Livingston, Elaine Tan, Maddie Dixon-Poirier, Lia Frankland.

 

En su momento no quise ver «Juno», a pesar de su éxito. Intuía un pastelón épico y me abstuve. A la vista de esta otra película de Reitman, no creo que aquella fuera una mala decisión, en su momento. «Tully» es una muestra de cine realista atravesado por una vena fantástica, al estilo del cine de Assayas, al menos de «Personal Shopper», que es la única de las suyas que he visto, además del guión que escribió con Polanski para «Basada en hechos reales», donde también añade ese toque entre maravilloso y paranormal, tan lejano todo, sin embargo, del acreditado “realismo mágico” de García Márquez, por supuesto. Tully es una película intimista, casi casera, muy centrada en el mundo de la maternidad abnegada y en la opción de criar a los hijos postergando el desarrollo de la propia vida, como si hubiera una incompatibilidad absoluta entre una cosa y la otra, algo de lo que trata, con no poco interés, «Tentación en Manhattan», de  Douglas McGrath; esas clásicas películas que, vistas en TV, me acaban pareciendo tan interesantes que me arrepiento de no haberlas visto en el cine.

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En cualquier caso, Tully, con la presencia impactante de Charlize Theron, siempre dispuesta, como Robert de Niro, a doblegar su cuerpo —¡cómo va a extrañar que luego le apetezca hacer la publicidad de J’adore…!— para lograr interpretaciones llenas de verdad y de vida, es una crónica de la maternidad, en su tercera repetición, que presenta unas carencias de guión más que notables. El planteamiento de la película, con la presentación de los problemas que le causa a la familia un crío consentido al que tratan con unos mimos que parecen contraproducentes, porque parecen avalar el comportamiento tiránico del niño, indica a las claras que todas las circunstancias de la vida cotidiana de la pareja con dos hijos, y esperando a un tercero, se han conjurado para llevar a la madre a una situación límite.

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La perspectiva femenina de la historia hace aguas en la descripción de un marido totalmente “desenganchado” del proyecto familiar, desinteresado del sexo y jugador compulsivo de videojuegos en el lecho conyugal, con cascos incluidos para acentuar la burbuja insolidaria en que vive el sujeto, con quien su mujer parece haber llegado a un pacto de extraña convivencia antigua: para mí el trabajo y para ti la casa y los niños. Con ese planteamiento, todo cambiará cuando el hermano pudiente del marido decide regalarle a los padres una canguro que atenderá a la recién nacida por las noches para que la madre pueda dormir, que es el verdadero suplicio de las madres, las tomas de pecho cada cuatro o menos horas, que rompe todos los esquemas de lo que se entiende por “vida normal”. La niñera nocturna, que se presenta como una novedad sociolaboral bastante chocante para una recién parida es recibida con cierta desconfianza por Marlo, la protagonista, quien no acaba de tener claro eso de dejar a su hija de días al cuidado de una niñera que, sin embargo, a medida que van pasando los días, no solo se va a revelar como una excelente niñera, que le lleva a la hija a las horas de las tomas con exquisita puntualidad y luego se lleva a la niña para que la madre pueda seguir durmiendo, sino que, poco a poco, irá entrando en la vida de la protagonista hasta establecer una relación poderosamente íntima.

El temor inicial de la madre no es otro que el establecido en el subconsciente de las generaciones que la vieron: el horror de «La mano que mece la cuna», de Curtis Hanson, a la que, sin embargo, no se alude por su nombre en la película, aunque sí, vagamente, a la trama. Jugando, pues, con esa doble posibilidad de desarrollo, la película avanza en el camino de la relación íntima que se establece entre las dos mujeres que, poco a poco, van descubriendo afinidades insospechadas entre ellas, casi al punto de poder considerarse “almas gemelas”, a juzgar por los gustos, las experiencias vitales y la predisposición de la niñera —convertida poco a poco en psicoanalista de la madre—, a ayudarla en todo lo relativo no solo a la recién nacida, sino también a su propia persona, porque la mejor madre es la que cuida de sí misma para estar cien por cien en disposición de darlo todo por su recién nacida.

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Cuando todo parecía indicar, por la descripción de la vida familiar, que nos íbamos a enfrentar a una típica depresión postparto, la irrupción de la extraña —con excelentes referencias, eso sí— lo cambia todo. La vida de la protagonista da un vuelco, no solo por la comodidad de la niñera nocturna, sino porque ésta, en sus horas libres nocturnas se dedica a limpiar la casa, a preparar platos en la cocina… es decir, cumple unas funciones de auténtica supernanny, otra referencia implícita de la película, pero derivada su función, en este caso, a la propia madre, a quien la niñera nocturna trata con un cariño, con una dulzura, que parecen aventurar una relación lésbica que la compense de la renuncia al sexo del marido. De hecho, la complicidad de ambas mujeres llega incluso a la suplantación en el lecho, aprovechando un inocente juego erótico con un uniforme, al que ambas mujeres se prestan con una complicidad que deja atónito al marido, quien sigue el juego como se espera de él que lo haga.

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A medida que el intercambio entre ambas mujeres se hace más fluido, emerge, como no podía ser de otra manera, el lado oscuro de la niñera, quien arrastra a la mujer a “liberarse”, saliendo por la noche para tener una diversión que ella misma, Marlo, se había negado durante años, al estar “atrapada” por la crianza de sus hijos. El planteamiento, ya digo, es muy atractivo, y la relación entre las mujeres progresa de un modo ejemplar, sin concesiones al abuso de la credulidad de los espectadores, pero llega un momento en que… —que ni siquiera puedo sugerir— la película, hasta entonces medianamente aceptable, aunque sin entusiasmos, entra en un terreno del que tampoco nada puedo decir, excepto que sorprenderá a los espectadores. Ellos sabrán en qué medida, y si es a su placer o no. Y yo ahí lo dejo… como se ha puesto de moda decir.

La película, casi toda ella rodada en interiores, aprovecha sabiamente los escenarios nocturnos que propone y consigue una iluminación que acentúa el intimismo de la misma, siendo capaz de generar una acogedora atmósfera en la que ambas mujeres pueden sincerarse a gusto. Añado, por provocar, que a mí el final me ha parecido muy ramplón. Allá los espectadores con sus conclusiones.

Autor- Juan Poz

Juan Poz forma parte del elenco de escritores que da forma semanalmente a Ataraxia Magazine. Puedes seguirle en Twitter como @JuanPoz9 y también en su excelente blog de crítica cinematográfica «El Ojo Cosmológico de Juan Poz»

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