Puigdemont saturnal

cabecera Julio Murillo

PUIGDEMONT SATURNAL-interior

No sé qué pensaran ustedes —si es que alguien es capaz de pensar algo en medio de la bofetada de calor de estos días—, pero personalmente siempre he creído que no hay nada más patético, inútil, indigno y vergonzoso que revolverse contra el mundo y contra los demás cuando queda demostrado de modo fehaciente que la nuestra era una postura equivocada; que no teníamos razón; que nuestra oportunidad pasó; que no supimos jugar bien nuestras cartas; o que, en resumen, fracasamos estrepitosamente por mentir, tergiversar, sembrar odio y manipular, a propios y extraños, en nuestro propio y exclusivo beneficio.

Sí, lo han adivinado… Pongamos que hablo de Carles Puigdemont, al que voy a rebautizar como Saturnino Puigdemont, porque equiparar a ese esperpento de político delincuente con Crono, señor del tiempo, o con Saturno, su homólogo romano, me parece una falta de respeto hacia nuestros dioses antiguos. Francisco de Goya, en sus denominadas pinturas negras, inmortalizó a Saturno devorando a uno de sus hijos —hijos que le daba Rea, la titánide, que era, a la vez, su hermana y su esposa—, ahíto de sangre y desencajado, porque no podía soportar la idea de que cualquiera de sus vástagos le privara de su potestad, poder omnímodo y control sobre el tiempo y sus eras…

A Puigdemont, ese tarugo diletante que en una vida normal debería, como mucho, roturar con un John Deere terrenos sin desnivel, o adecentar chiqueros, lo que más le aterra es perder la notoriedad que en su día le regaló, astutamente, que no por confianza, el gastaespejos ególatra de Artur Mas, cuando buscó tras la cortina quién podría calentarle la silla, mientras él daba un pasito lateral, que entendía momentáneo, para volver cual salvapatrias celestial cuando el pueblo le convocara, como en el mundo antiguo, por aclamación popular.

Puigdemont es un «unabomber», un pirómano solitario dispuesto a hacer volar por los aires todo lo que se interponga en su camino; un individuo al que sólo le preocupa seguir detentando desesperadamente el poder

Las cosas han ido como han ido. No necesito extenderme, porque todos ustedes tienen buena memoria. Hoy, Saturnino Puigdemont debería estar con una camisa de fuerza en una celda acolchada, bajo siete cerrojos, porque es un demente; demente incluso por encima de delincuente. Es un «unabomber», un pirómano solitario dispuesto a hacer volar por los aires todo lo que se interponga en su camino; un individuo al que sólo le preocupa seguir detentando desesperadamente el poder —porque su valor como político, e incluso como ser social digno de respeto, es nulo—, para no caer en el olvido y en la miseria más absoluta. La miseria en la que caen los inútiles que no saben hacer siquiera la o con un canuto. Cuando un periodista alemán le pregunta: “¿Y ahora de qué vivirá usted?”, él contesta, al borde del sonrojo: “Tengo la ayuda de mucha gente en Cataluña que desde hace tiempo se solidariza con los derechos colectivos de los catalanes”. Y añade, como apostilla a la vergüenza universal que merece semejante fantoche: “Si hemos llegado hasta aquí no ha sido por nuestros salarios, sino porque ha habido una colaboración… que continúa existiendo”.

Cuando un periodista alemán le pregunta: “¿Y ahora de qué vivirá usted?”, él contesta, al borde del sonrojo: “Tengo la ayuda de mucha gente en Cataluña, que desde hace tiempo se solidariza con los derechos colectivos de los catalanes … /… Si hemos llegado hasta aquí no ha sido por nuestros salarios, sino porque ha habido una colaboración… que continúa existiendo

¿Salarios, Puigdemont? ¿Tú tienes el cinismo de hablar de salarios? ¿Tú, que has sido de largo el político más caro de la historia reciente de España, con unos emolumentos desorbitantes, pagados por ese Estado al que has intentado dinamitar, y que seguirás percibiendo, de un modo u otro —lo sabemos, tontos no somos—, a pesar de que te han cerrado oficialmente el grifo? ¿Tú, que cobrabas 250 o 300 veces la cantidad mensual que cobran muchos jóvenes becarios por trabajar un montón de horas diarias? ¡Hay que tener un rostro de cemento armado y haber caído en el estercolero de la miseria moral y la más pura abyección para hablar así, con esa desfachatez y descaro!

Este es, señores, el expresidente de Cataluña en el exilio, el que regresa este sábado a su palacete de cuatro mil euros mensuales en Waterloo, en loor de multitudes; el que orquestará el Consell de la República en la sombra; el que ha dinamitado al PDeCat —lo último que quedaba por dinamitar, porque en Cataluña ya no queda nada incólume— en vistas a constituir el Partido Único del Muy Amado y Venerable Líder Supremo —esa Crida Nacional per la República, que es peronismo puro y duro—, que hunda en la miseria a los paletos rurales de ERC y elimine voces disidentes, como la de Marta Pascal, y purgue a todos cuantos se atrevan a disentir del discurso del payaso en que se ha convertido sin el más mínimo esfuerzo, porque la estupidez siempre ha sido su mejor compañera y consejera.

En su primera comparecencia pública en Bélgica, hace escasas horas, flanqueado por Torra y por los cuatro paniaguados de turno,  Puigdemont no se ha privado de amenazar veladamente al Gobierno de España, advirtiendo a Sánchez que «su periodo de gracia se acaba», y que su apoyo a la estabilidad no supone un cheque en blanco, a no ser que empiecen a hablar y negociar, en la pomposamente denominada Reunión Bilateral de la próxima semana, una solución política —volvemos con la matraca del Derecho a la Autodeterminación y a la reclamación del enésimo butifarréndum futuro— para Cataluña, porque «la causa catalana tiene cada día más comprensión en el continente europeo y esto (la acción penal) debería doler a todos los demócratas españoles». 

Con este enajenado no hay nada que hacer. Ordenará a Quim Torra que reabra embajadas, que active el Diplocat, que inyecte decenas de millones que le aseguren la fidelidad inquebrantable de medios y voluntades; dictará nuevas hojas de ruta; amenazará con dejar caer al Gobierno de Pedro Sánchez día sí y día no; y tirará de las cuerdas para que a finales de verano, con el 11-S, el aniversario del 1-O y el inicio de las causas judiciales en el horizonte, el ambiente sea irrespirable.

Háganme caso, créanme, no le llamen coloquialmente y de forma cariñosa Puchi, ni Cocomocho, porque no es un personaje que mueva a simpatía ni a empatía. Llámenle Saturnino Puigdemont, el hijo tarado de Saturno, capaz de devorar a todo un pueblo con tal de salvar su pequeña y miserable alma.

Autor- Julio MurilloImagen de cierre de artículos  

 

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