El tercer secreto

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El tercer secreto, una obra maestra de Charles Crichton. Thriller psicológico de excepcional factura clásica, hitchcockiana; una “novedad” de “ayer” que a nadie dejará indiferente “hoy”.

 

Título original: The Third Secret  Año: 1964  Duración: 103 min.  País: Reino Unido  Director: Charles Crichton  Guión: Robert L. Joseph  Música: Richard Arnell  Fotografía: Douglas Slocombe (B&W)  Reparto: Stephen Boyd, Jack Hawkins, Richard Attenborough, Diane Cilento, Pamela Franklin, Paul Rogers, Alan Webb, Rachel Kempson, Peter Sallis, Patience Collier, Freda Jackson, Judi Dench.

Dejé dicho que posiblemente pronto volvería a este «Ojo Cosmológico», apenas hubiera visto, decía, El tercer secreto, de Charles Crichton, en cuyo visionado me metí al día siguiente de haber quedado fascinado por su felicísima y vital  «Hue and cry». Pues heme aquí, rendido fervorosamente al arte de Crichton en una película que, de haberla firmado Hitchcock, hoy nos parecería una de sus obras maestras. La fotografía de Douglas Slocombe, autor de la de «El sirviente», de Losey, ha contribuido no poco a convertir la película en un espectacular juego de claroscuros que, en los innumerables planos antológicos que se suman en la película, le confieren un atmósfera más propia del cine negro tradicional que del thriller psicológico, subgénero que Crichton engrandece hasta conseguir una obra que va más allá del tema psiquiátrico para entrar de lleno en una visión desoladora de las personas atormentadas por su inestabilidad emocional y psicológica.

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La trama es tan sencilla como dinámica: un psiquiatra es asesinado, muere en brazos de la sirvienta que entra como cada mañana para cumplir con su jornada laboral, y pide que no se culpe a nadie de su muerte, que él es el único culpable de su muerte. La noticia impresiona a un periodista de investigación y paciente suyo, quien entra en contacto con la hija del psiquiatra a partir de su visita a la tía que la acoge temporalmente. La niña, una interpretación literalmente antológica de Pamela Franklin, cuya naturalidad y capacidad para los múltiples cambios de registro que tiene el personaje la revelan como una actriz de mucho mérito –como luego demostró sobradamente en «The Prime of Miss Jean Brodie», de Ronald Neame, se presenta un día en el set de televisión donde trabaja el periodista y le pide que investigue quién mató a su padre, porque ella está convencida de que fue asesinado, algo de lo que no tarda en convencerse el periodista, para quien el hecho de que el psiquiatra se suicidara lo vive como una contradicción insuperable y casi como una traición, como una estafa.

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Stephen Boyd, el inolvidable Mesala de «Ben-Hur», y el protagonista de la imaginativa «Viaje Alucinante», de Fleischer, entre otras, aunque nunca citado por esta película en la que ofrece un recital interpretativo que bastaría para consagrar a cualquiera, con unos registros de voz tan seductores que es imposible no rendirse a la evidencia de su altísima categoría interpretativa, se convierte, para mí, desde hoy, en una estrella que merece figurar al lado de tantas otras —Bogarde, O’Toole, Hayden, Bogart— a las que hemos admirado siempre. Su presencia y su voz son imprescindibles para darle al misterio el cuerpo de una aventura casi metafísica, más aún cuando tiene réplicas tan espectaculares como la de actores como Attenborough o actrices tan impactantes como una Diane Cilento que casi se lo merienda en un duelo interpretativo maravilloso.

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Gracias a la lista de los últimos pacientes que le da la hija, la película se estructura como una investigación detectivesca en el curso de la cual no solo el periodista de investigación dilucida quién puede haber sido el asesino o la asesina del psiquiatra, sino también el alcance de sus propias carencias y disfunciones emocionales. En ese sentido, la escena postcoitum con Cilento, en el apartamento de ésta, tras haberse representado una pesadilla del protagonista con unas imágenes y una música logradísimas, en el curso de la cual el protagonista menciona el nombre del psiquiatra de ambos, lo que revela a la mujer la verdadera naturaleza del acercamiento del periodista, es de una calidad extraordinaria. El periodista, agitado y febril, despierta y no halla a la mujer a su lado; ésta está en la sala contigua, en la cocina, junto a una ventana que da a la ciudad, al Londres nocturno, pero el encuadre de la cocina nos ofrece una tabla de afilados cuchillos en la pared, en primer término, y al fondo, en la penumbra, la mujer en camisón.

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Es evidente que no puedo desvelar el desenlace, porque realmente es de los que sorprenden al espectador para bien, pero encarezco a los lectores de este «Ojo Cosmológico» que se apresuren a verla y a confirmarme o desmentirme este elogio hiperbólico que hago de la película.

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Sin embargo, no puedo dejar de mencionar que uno de los motores que mueven a la hija es el hecho de que si no se demuestra que el padre fue asesinado, ella no cobrará el dinero del seguro que le permitirá seguir disfrutando de su casa, de la casa familiar, lo cual compromete al protagonista moralmente; una casa, por cierto, contigua a la del arquitecto Horace Walpole, como le revela la hija al periodista. En el título de la crítica he incluido el vínculo a través del cual puede verse el film en YouTube, que es como he tenido acceso a ella. Aunque me pasaré por mi videoteca de segunda mano para buscarla en DVD y verla en la pantalla grande del salón. Estoy convencido de que si la estrenaran en salas comerciales, se convertiría en el éxito del año. Dicho y a ello: escribiré a los Cines Meliès, a ver si consigo que me hagan caso y la proyecten como se debe, con todos los honores que merece este peliculón que, como tantos otros, supongo, vive el sueño injusto del olvido. Está claro que me he convertido en un Crichtonfilo

Autor- Juan Poz

Juan Poz forma parte del elenco de escritores que da forma semanalmente a Ataraxia Magazine. Puedes seguirle en Twitter como @JuanPoz9 y también en su excelente blog de crítica cinematográfica «El Ojo Cosmológico de Juan Poz»

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