«Si una mujer no dice sí expresamente, todo lo demás es no»
¡Eureka! La Vicepresidenta y Ministra de Igualdad del legítimo, que no votado, Gobierno socialista tiene la solución perfecta para la violencia de género. Esperemos que alguien le explique que tendrá que delimitar claramente a qué se refiere cuando habla de consentimiento para las relaciones sexuales, en caso de no considerar que se pida por escrito. Lo de decir «sí quiero» de palabra, con todas sus letras, es más bien excepcional. ¿Qué dicen ustedes?.
En las ciencias humanas se puede hablar de percepciones, y de sensaciones, eso no es un problema, pero nada nos exime de tener que definirlas con exactitud, y tener que explicar cómo se miden si queremos que tengan algún valor. Si Doña Carmen no nos cuenta exactamente, y en qué medida, ciertas conductas significan “sí”, estamos ante una chapuza que se mide a voluntad. Pareciera que si se sigue corriendo el riesgo de que los jueces puedan interpretar los actos y denuncias presentadas, basándose en hechos y en pruebas, puede suceder que, la a veces incómoda presunción de inocencia, y la única igualdad válida, la de derechos, terminen por no darle la razón a quien se supone que ha de mover el mundo, las mujeres.
Como no quedaría bien castrar químicamente a todos los presuntos o potenciales hombres malos, entonces basta con poner el falo en manos de las chicas, que somos casi todas unos seres de luz.
Como no quedaría bien castrar químicamente a todos los presuntos o potenciales hombres malos, entonces basta con poner el falo en manos de las chicas, que somos casi todas unos seres de luz. Con el falo, para quien no entienda (que una nunca sabe), me refiero no sólo al órgano sexual masculino, sino a todo su poder simbólico y a la eterna lucha por detentarlo.
Vaya por delante que la falta de consentimiento ya está recogida en el Código Penal español, y que una vez se prueba, entonces se habla de delitos sexuales, con penas de prisión incluidas dependiendo de la presencia o ausencia de intimidación o violencia.
La libertad con que las mujeres circulan, trabajan, opinan, votan, compiten y usan sus cuerpos para el placer, el ocio o la mera experimentación, no es propia del país retrógrado y de la justicia machista que la progresía se empeña en hacernos ver. Sin embargo, la ministra Calvo y las musas libertarias que la inspiran, se han dado a la tarea de recuperar la rancia concepción del acto sexual no como algo que sucede entre dos —o entre los que toquen, visto lo visto—, sino como un acto que se lleva a cabo en un único lugar físico que es el cuerpo de la mujer. Vamos como los cangrejos.
A ver si va a resultar cierto que tenemos los mismos derechos pero no somos iguales, empezando porque las mujeres tenemos una vagina fácilmente penetrable, nos podemos quedar embarazadas y, para colmo, la naturaleza nos ha dotado, a la mayoría, de menor fuerza física que a los machos de nuestra especie. Con lo bien que íbamos siendo las dueñas del falo, metiendo miedo a los hombres y cultivando la soltería a ultranza y haciendo de los hombres simples portadores de un gameto en caso de necesidad reproductiva.
Si oímos las voces de jueces entrenados en cuestiones de género, y las ideas de quienes nos gobiernan, a veces parece que las enfermedades de transmisión sexual solo se le contagien a las mujeres, y que en el sexo entre dos o más hombres, o mujeres, no haya penetración de ninguna clase, ni tampoco violencia ni coacción en ningún caso… A ver si ahora la ministra de igualdad de tanto «empoderarnos» a las mujeres heterosexuales, y hablar del coito entre distintos, va a discriminar a quienes practican otro tipo de relaciones sexuales. Tal como se plantea ahora el asunto, si dices que abusaron de ti más te vale ser mujer y heterosexual, porque si no “todos somos iguales, pero hay unos más iguales que otros”. Yo tengo algún amigo gay que ha terminado en una cama de hospital en un país lejano, con sustancias desconocidas corriéndole por el torrente sanguíneo y heridas en más de un orificio, y seguro que si hubiese denunciado, el pobre habría tenido que probar la agresión. Encima le cayó el chorreo de los amigos, por imprudente, y pinchazos del médico cada 6 meses. Pero no es una chica.
Quizá, ya puestos, habría que considerar regular toda la actividad sexual con consentimientos informados del tipo de los que nos hacen llenar en el hospital antes de una cirugía.
Quizá, ya puestos, habría que considerar regular toda la actividad sexual con consentimientos informados del tipo de los que nos hacen llenar en el hospital antes de una cirugía; así si nos quedamos en la mesa de operaciones, la culpa no es de nadie. ¡Menudo peligro! Le sugiero a la señora Calvo que con el consentimiento explícito de la mujer se obligue también a que el hombre en cuestión —ya que hemos decidido ignorar por completo al colectivo gay— jure o prometa que no va a tener un «gatillazo» ni se le van a ir las ganas, y que acepte ser denunciado si eso sucede, porque sucederá más de una vez. En esta sociedad adicta al “like”, a la inmediatez, y con bajísima tolerancia a la frustración, exponerse a que le digan a uno que no en persona es una afrenta. Un desaire es una agresión intolerable, oigan. Esperemos que ahora no proliferen las grabaciones preventivas no consentidas, hechas por hombres asustados, y nos tengamos que hartar a ver pruebas de vídeo.
Por otra parte, pensando en los jóvenes, también es un engorro que los adolescentes tengan que ir con su chorro de hormonas por la vida aprendiendo a distinguir situaciones incómodas y peligrosas, y haciendo sus pinitos en el viejo y animal, pero nunca pasado de moda, arte de la seducción. Ya que la señora Calvo pone toda la carne —nunca mejor dicho— en manos de las chicas, quizá debería plantearse editarles unos trípticos instructivos para saber cómo proceder en caso de posible coito. A los tíos quizá bastará con decirles que en caso de considerar un mutuo ligue se abstengan de acercarse a menos de 20 centímetros sin llevar el kit de consentimiento. No hablemos ya de galanterías propias de añejas películas en blanco y negro, ni de piropos —que los podemitas quieren penalizar—, ni de invitaciones, y mucho menos de fantasías de vidas en común, que eso es un menosprecio a la igualdad que debería ser punible.
Hay que ser tan endemoniadamente iguales que de puro iguales nos van a convertir en autómatas.
Pues nada, oigan, que nos vamos a la mierda. Se lo digo de verdad: el Ministerio del Amor orwelliano ha llegado, y se reserva el derecho a regular todo aquello que nos hace personas. Hay que ser tan endemoniadamente iguales que de puro iguales nos van a convertir en autómatas. A mí que un Ministerio me quiera regular la actividad de alcoba con el pariente me corta el rollo más que hablar de la economía familiar en la cama, y eso con muchos años y el camino bien aprendido.
Pero hasta que llegamos a eso —a ser parejas de larga trayectoria, sexualmente adultos—, de alguna manera hay que ir aprendiendo. Y esto es ensayo y error, señoras. Que tire la primera piedra aquella que no tenga nada de lo que arrepentirse. Si en la adolescencia se pierde toda espontaneidad, como sucederá si la reforma se lleva adelante, equivocarse será un pecado castigado con cárcel para algunos. Nuestras hijas perderán en parte la posibilidad de tener que apechugar con el aleccionador “¿para qué me habré tirado yo a ese idiota?”, y nuestros hijos se enfrentarán al corte de rollo antes de empezar. Y no sólo eso, a mi entender: el poder de la palabra de una mujer, sin presunción de inocencia ni interpretación por parte de nadie, banaliza la violencia sexual.
A la progresía le digo: Están ustedes banalizando hechos gravísimos. El abuso sexual no es un hurto en el supermercado, ni algo calculable en las pérdidas diarias de una empresa. Corremos el riesgo de tener una avalancha de denuncias de situaciones francamente absurdas, que colapsen la justicia y nos hagan perder de vista la verdadera violencia de género; que haberla, hayla.
¿Quieren enseñar igualdad? Me parece perfecto. Ser libre no significa intoxicarse una vez por semana, hasta perder el conocimiento, ni pasar unas cuantas horas sin ser dueño de uno mismo.
Aquí les doy un ejemplo: La comisión de feminismo del movimiento de estudiantes en Zaragoza reparte esto antes de los viajes de fin de curso a Salou.
Y eso digo yo. No es no. Y si como dice la ministra no hay consentimiento si no es explícito, hará falta poder decir que NO, y si uno no está en condiciones de hacerlo lo normal sería tener que probar que no lo estaba.
Y perdonen, pero quizá, solo quizás, y para que no me llamen radical, podríamos plantearnos que el perfecto medio para la iniciación a la sexualidad no es una fiesta donde el alcohol barato y las drogas corren por las calles, entre menores de edad, sin control de aquellos tan supuestamente preocupados por la integridad de las chicas —a ellos que les den—. Nos hemos vuelto tan rematadamente hipócritas que nos escandaliza que nos rocen una teta sin echar una instancia, pero no nos perturba amanecer en una acera rodeados por desconocidos. Suerte que para las chicas el arrepentimiento ahora tiene solución, una denuncia y a otra cosa.
No se promueve que eduquemos en el respeto a todos, empezando por uno mismo, ni que seamos modelos de sana convivencia y amor
No se promueve que eduquemos en el respeto a todos, empezando por uno mismo, ni que seamos modelos de sana convivencia y amor, ni que promovamos los patrones de seducción que nos hacen personas y especie —más que nada para no extinguirnos y tal—. Lo que nos ha traído vivos hasta nuestros días, está, ahora mismo, muy mal visto. El Ministerio del Amor orwelliano todo lo ve, y para todo tiene solución. El coito heterosexual, procreativo o no, está bajo su mira. Son tan ciegos los ideólogos que solo nos ven los agujeritos a nosotras. Estamos de moda.
El PSOE se ha tomado muy en serio lo desenterrar a Franco, para eso nada mejor que meternos a todas en la cama.
