Madrid, doce y media de la mañana. Barrio de las Letras, en la esquina de la calle León con la de Cervantes, en el corazón del mentidero histórico de los comediantes. Justo enfrente del edificio que ostenta la placa conmemorativa de la imagen. Un profesor de entre treinta y treinta y cinco años pronuncia una clase magistral ante un grupo de unos veinte jóvenes, de entre trece y catorce años.
Les está hablando de don Miguel de Cervantes, de su pasado como recaudador de impuestos para el Rey. No menciona su nombre, Felipe II. Su discurso es netamente ideológico. Recalca a sus alumnos la pobreza de los campesinos de aquel tiempo, a los que califica de proletariado, porque tenían que entregar gran parte de su grano para alimentar los caprichos de la Corona, y les asegura que el autor de el Quijote, corrupto y dictador, iba siempre acompañado por militares armados, cuya función era amedrentar a la gente.
Me asombra tanto el discurso del profesor que detengo mi paseata junto a Sora, mi pastora catalana, para atender la proclama del ideólogo que, paradójicamente, luce la pañoleta palestina sobre los hombros, y que asegura, sin cortarse, pontificando en voz alta, ante los muchachos, que hoy en día ya se sabe que Cervantes se quedaba con parte del grano del campesinado para su peculio personal.
Es decir que este funcionario de la educación, no considera en su discurso didáctico otra cosa de mayor importancia ante la figura de don Miguel de Cervantes que acusarle de ladrón.
¿Pero, en qué manos hemos dejado la educación de nuestros hijos?
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