Desde que se hiciera pública la noticia de que España acogería al barco llamado Aquarius, con sus más de seiscientos refugiados, no he dejado de escuchar y leer cosas al respecto. Opiniones, muchas de ellas, sin ninguna base argumental, y otras bastante razonadas, y aun así situadas en las antípodas las unas de las otras. Y es que la razón no siempre es un faro en la oscuridad, a veces se llega a ella por múltiples caminos y otras, resulta ser como Dios, que puede estar en varios sitios a la vez. Por eso no es de extrañar que en las redes sociales podamos encontrar más opiniones que clases de verduras en un mercadillo. Están los que apelan a la solidaridad y a los derechos humanos, aunque sin abstenerse de añadir ciertos matices, algo confusos, que te hacen pensar que igual no son tan solidarios ni tan filántropos como pretenden. Luego están los que no desaprovechan la oportunidad de hacer propaganda política en favor o en contra del partido que más le convenga. También abundan los vehementes, cuyos exabruptos contra los que se muestran contrarios a la cogida de refugiados ponen en evidencia su elevado sentido de la moral, en contraposición a la bajeza y falta de humanidad de los otros. Algunos advierten del peligro que supondría lo que llaman “efecto llamada”, y otros acusan a los anteriores de demagogos. Este último “demagogo” es el apelativo más cariñoso que he encontrado, pues no son pocos los que no se cortan a la hora de llamar fascista, racista e incluso hijo de puta a aquellos cuya línea argumental es opuesta a la que ellos defienden.
Lo cierto es que ante una noticia como la que nos ocupa, es muy difícil mantener una actitud de indiferencia y neutralidad absolutas. Todos, creo yo, tenemos una opinión formada al respecto. Sobre si el gobierno ha hecho bien acogiéndolos, o debería haberse mantenido al margen como los demás países. Sobre si hay una solución más adecuada que la propuesta por Pedro Sánchez y cuál es esa solución. Porque exclamar “¡Esa no es la solución!” es muy fácil; proponer una alternativa plausible ya es otra cosa.
Como digo, todos tenemos una opinión, otra cosa es que queramos expresarla. Y otra, que una vez decididos a pronunciarnos seamos completamente sinceros y no temamos romper las reglas de lo políticamente correcto. Así que, puesto a opinar, mejor seguir la marea de lo popular, no vaya a ser que nos señalen, nos pongan en evidencia y nos digan de todo menos guapo.
¿Para qué sirve toda una Unión Europea si un país como España tiene que actuar en solitario, acogiendo a más de seiscientos refugiados, mientras los demás miran a otra parte?
Por todo eso es por lo que no voy a mojarme. Lo siento. No soy como ciertos personajes públicos que están por encima del bien y del mal, y que no les da “pesambre”, como decimos en Murcia, cagarse en todo, caiga quien caiga. Tan solo expondré unas dudas que se me plantean: ¿Para qué sirve toda una Unión Europea si un país como España tiene que actuar en solitario, acogiendo a más de seiscientos refugiados, mientras los demás miran a otra parte, o bien se felicitan porque les hemos quitado el marrón, y otros te dan una palmadita en la espalda, pero pasan de ayudar? ¿Ese famoso dicho de “dale un pez a un hombre y comerá un día, enséñalo a pescar y comerá toda la vida”, tendrá algo que ver con las políticas que aplicamos a los inmigrantes? ¿Es lo mismo un inmigrante que un refugiado? Ya sé que no, pero… ¿conocemos realmente la diferencia entre unos y otros? Y en tal caso ¿debe aplicársele a cada uno protocolos distintos? Yo no me considero más humano, ni más cabrón, que nadie, pero sí creo que las cosas no son siempre blancas o negras. Tampoco me cabe duda de que las noticias, tal como llegan hasta nosotros, a través de los medios, no siempre son fiables, y en la mayoría de los casos nos ocultan información, o nos la distorsionan para provocar en nosotros la reacción que más les interesa provocar. Esos son los motivos por los que, como ya he dicho antes, no me voy a mojar. ¿Para qué? Lo más probable es que me equivoque, pero… ¿Y si digo lo que pienso y resulta que tengo razón? En cualquier caso estoy seguro de que ofendería a alguien, porque en esta sociedad actual, opinar es ofender.
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